Estuve luchando a espada y escudo, firme ante cualquier adversidad, esperando a poder aguantar todas las heridas, viendo mis cicatrices bien marcadas, emanando el conocimiento adquirido de tantas batallas, observando mis manos ya bastante ensangrentadas, algunas ya secas tatuadas en mi piel como parte de mi, mis piernas firmes y temblorosas, cansado de tanto correr hacia la lucha, y no esperarla con miedo. Mi cara, mis ojos tristes, enojados y distantes, mi boca, cerrada, sin decir una palabra ni quejarme, sin exhalar ningún aliento, respiración agitada pero firme, mi rostro con suciedad y heridas, polvo, sangre, propia y de mis enemigos, rasgada con uñas de ellos, pidiendo piedad que jamás tuve, así como no la tuvieron conmigo.
Me siento débil, cansado y mis heridas me están pesando, cada paso que doy, duelen más, no tuve tiempo a curarlas en pleno combate, y ahora, estas heridas ya dueles más de lo que deberían.
Me siento solo, no he dejado nada, y soy el único que ha quedado en pié, no he podido seguir a mis compañeros, a los que estuvieron conmigo y se fueron, perecieron por el camino, y aquí estoy yo, un guerrero cansado, rogando un poco de tregua, mi escudo ya está dañado, ya solo me es una carga. Mi espada está desgastada, sin filo, marcada y a punto de romperse.
Mi alma sigue en pié y es fuerte, pero mi cuerpo quiere sucumbir, no es tan fuerte como mi valor.
Necesito curar las heridas, respirar y limpiar mis manos. Arreglar mi fiel escudo y mi valiente espada, afilar esta hoja que jamás me dejó solo en el campo de batalla, reparar esta defensa que me ayudó a seguir avanzando a pesar de cualquier guerra que venga por mí.
Espero llegar pronto a casa, necesito llegar, tengo que llegar, debo llegar…